jueves, 23 de febrero de 2017

Cronista de mi propio crimen. (Psicothriller)

<<Es arriesgado>> dijo esa parte de él que todavía no se había enloquecido por completo al verla caminando con tanta paz, <<Es lo correcto >> Le avisó la voz que más escuchaba, <<No llegues tan lejos, no de nuevo>> Le dijo esa voz de matices dulces que reconoció al instante, y entonces siguió tras ella, quién lo había notado y se daba vuelta a cada momento, cuasi rogando que ese hombre de mirada perdida no este ahí más. Pero el aceleraba, aceleraba el paso, acercándose a ella con una precisión casi enferma. ¡No toleraría que ella lo mirase con miedo otra vez! Muy dentro de él, había una loca satisfacción al sentirse en esa especie de caza, el miedo de su presa lo hacia sentirse superior. Ella sabía que él era superior y que la iba a encontrar, ni importaba cuánto ni a donde corriera, iba a ser como hoy, pensó en voz alta el cazador.
Nadie lo dejaba, nadie. Ella se detuvo en la puerta de una casa, el unos metros antes, era lo único que él veía en ese intento de paisaje, la veía ahí, con las manos en los bolsillos del saquito de hilo, mirando hacia abajo, como intentando ocultarse. Inútil intento, de él no se podía esconder. Nadie salía de la casa, era obvio, estuvo ahí parada, respirando agitadamente, mirando sin mirar hacia donde estaba él.
<<La oveja se quedó con el lobo>> Le avisó esa voz que tanta atención quería, y avanzó sin ocultarse, dando zancadas muy largas, ella reaccionó tarde e intentó correr, la mano callosa de él la tomó del antebrazo, haciendo que trastabille, ella lo miró desde su baja altura, los ojos llenos de terror se enfrentaron a esa sonrisa macabra que rozaba la locura absoluta.
Esa mujer quiso avanzar un poco, todavía con el agarre de él firme en su brazo, él la hizo avanzar, no pudo oponer resistencia. Notó a donde la llevaba, esa costanera del río la hizo sentir el frío de su propio fin, comenzó a retorcerse, sin importarle el dolor que el firme agarre le infringia, gritó, el carcajeo, disfrutando de su terror. Lo que no sabía, era que sin importar cuánto escándalo haga nadie la ayudaría.
Ese loco, la tiró cual costal en sus hombros, ella siguió retorciéndose, gritando, golpeandole la espalda, esos golpes con todas las fuerzas que para él eran cariños.
Las voces llenaron su cabeza,  de ordenes, voces que le pedían que la calle nada más. Obedeció, la dio vuelta y ahí sobre el pasto seco de un verano igual de seco, la arrojó brutalmente, un gemido angustiado de dolor y miedo, salió de la garganta de ella. Los ojos negros de ella, se cristalizaron, se quedó ahí, solo temblando y mirándolo con un terror. Tanto que se palpaba en el aire de esa noche de febrero.
El desde su postura, la miró del bolsillo de su camisa mangas cortas, sacó el atado de cigarrillos, se lo acercó a ella, quién negó con la cabeza.
Una pitada, dos pitadas, cinco pitadas después, ese hombre se tomó las sienes, apretándolas como si quisiera hacerlas explotar, con demasiada fuerza, gritando de rodillas cosas que para ella quizás no significaban nada.
<<No me obliguen, todavía no, por favor, todavia no, le falta, falta>> Decía ese hombre con todas sus ganas de callar algo que para ella era inexistente. 
Decididamente ella quiso tomar la peor decisión de todas, comenzó a intentar arrastrarse en el pasto con el objetivo de escaparse de él, y desgraciadamente el lo notó, con rapidez la agarró de la zapatilla y la arrastró de nuevo hacia el, ella gritó. Por un segundo no vi que hizo, solo sentí un grito, el tipo ese habló, demencialmente le dijo: "Vos me traicionaste".
Ella negaba y negaba con la cabeza admito que una parte de mí quería hacer algo, pero era como si mis manos y pies estuviesen atados y solo estuviera ahí para memorizar cada momento, memorizar lo que ocurría segundo a segundo.
Las lágrimas corrían por las mejillas de esa mujer anónima, el sacó otro cigarrillo, lo prendió dio una pitada lenta, se lo acercó, ella negó con la cabeza, enloqueciendo esa mente débil, se lo acercó una vez más, negó otra vez. Llorando, temblando, siendo un amasijo de mocos y lágrimas, se enfureció, agarró el cigarrillo, y con furia se lo apagó en la mejilla.
Tembló más y más, agarrándose temblorosa la mejilla quemada.
En un arrebato de fuerzas, ella le dio un cachetazo, otro error en ese juego de supervivencia que por lo que se veía estaba perdiendo.
La empujó, dejándola acostada en el piso, como emulando a un animal, rasgo la remera blanca de la muchacha. De la garganta de ella se escapó un terrible: ¡No, no, no por favor!
Se lamió los labios al verla en sujetador, cosa que también desapareció, a los momentos. Sacó otro cigarrillo, se le acercó más, apoyó el cigarrillo en sus pechos, haciendo que se retuerza pidiendo más auxilio que antes. Toda esa bola de miedo que era ella, lo volvía loco, lo ponía nervioso, y lo enloquecía más y más.
Ahí consiguió ella, hacerle un pequeño rasguño en la mejilla izquierda. El la dobló en fuerza y su rostro dio un giro casi sobrenatural, ella se calló.
Consumido por su propia insignificancia e ira, la dio vuelta dejando la mejilla magullada en el pasto, le dijo al oído que era la hora, que ella era la indicada o la elegida, al final no importaba la semántica.
Se arrodilló, teniéndola a ella en medio de sus piernas. Ella lloraba y lloraba, con una mano él le bajó el pantalón, con la otra le sostuvo las manos, ella gritó y gritó por auxilio y ayuda, que jamás llegarían.
Se sentía en el ambiente el correr del agua del río, que lejos de tranquilizar a alguien hacía a todos conscientes de la propia soledad. 
La aplastó con su cuerpo, entre embestidas desgarradoras, ella gritó, ese grito era la expresión de dolor más horrible que alguien pueda escuchar. Le tapó la boca con fuerza gritándole <<Acá solo hablo yo, ¿entendes? >> Volvió a embestir con todas sus fuerzas, mezcladas de locura y ansias de poder, pero ella no lloraba, no gritaba ni temblaba.
El lo notó, yo lo noté, salió de dentro de ella. La miró con atención, yo la miré, esos ojos negros tenían atrapados el fantasma de una última lágrima.
<<A mi nadie me ignora>> Le gritó a ese cuerpo inerte, ver su obra lo hizo perderse de nuevo, enloquecerse a un 100%.
De su camisa, sacó esas navajas chiquititas pero filosas que tenían todo, y arremetió contra ese cuerpo que ya no sentía nada. Ese cuerpo al que le quitó la posibilidad de sentir.
Descargaba su furia ciega, no sé cuantas veces clavó esa cosa, me perdí en la octava.
Y en ese momento ese hombre se miró las manos,  por inercia yo también lo hice, mis manos eran un amasijo de sangre y tierra, miré lo que había abajo mío, la supuesta extraña a la que no ayudé.
En ese momento descubrí que ese hombre no existía, ese hombre al que observe esta noche era yo. 

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