Esos ojos, esos que
me miraron desde el primer día como si fuera el ancla que lo sostenía al mundo,
como si mi pequeño e insignificante cuerpo lo tuviera ahí, con los pies en la
tierra.
Esos ojos color
metal, que en ese momento, en plena tarde de otoño, donde el frío abundaba y
era el único testigo de todo, junto con las bancas totalmente rotas, y el pasto
casi anaranjado que evidenciaba una sequedad total del ambiente, me miraban
haciéndome temblar de arriba abajo.
Sus manos, sosteniéndome
habían cambiado de lugar, de mi nuca, estaban ahora en mi cintura, las mías habían
rodeado su cuello, era él quién era mi ancla, como siempre el me sostenía a mí.
Intenté decirle algo,
lo notó, no me dejó, en una fracción de segundo posó sus labios en los míos,
sacando todo lo malo de mi cabeza y dejándome en una sensación de flotar, sus
manos me estrecharon más a él, como si quisiera que seamos uno, que nos fundamos
entre nosotros, convirtiéndonos en una combinación totalmente imperfecta..
El beso cambió de ángulo,
no sé que me asustó más, si mi corazón sonando en mis oídos o el suyo latiendo
vibrante contra mi pecho. Nos separamos, solo por la necesidad humana de
respirar, solo por eso, podría haber estado ahí sintiendo su corazón combinar
con el mío para siempre, seguimos ahí, sus brazos se sentían duros y
determinados contra mi cintura, los míos, eran un flan enredados en su cuello. Pero
de ahí no se iban.
El seguía mirándome,
quise mirar para un futuro, me pregunté si pasando el tiempo, seguiría esa
mirada siendo para mí. Aparté la idea en un momento, no quise pensar en futuro.
Solo quise pensar en como se sentían sus brazos alrededor de mi cuerpo, como se
sentía esa mirada cargada de emociones, pero por sobretodo de amor, quise
pensar en eso.
Mis brazos volvieron
a cobrar sentido, lo agarré un poco más fuerte, escondí mi rostro en su cuello,
justo donde terminaba mi altura, ahí planté un beso, con demasiada inocencia,
lo sentí sonreír, me acurruqué más a él, con toda la intención de sentirlo más
y protegerme del frío. Él seguía sin soltarme y sin decir nada, se río, fuerte,
su mini carcajada me estremeció hasta la punta del dedo del pie, sentí su boca
en mi oído dejando un beso en mi lóbulo, me dijo suavemente: “Te quiero
pequeña, como si fuera la primera vez que lo hago”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario