domingo, 12 de marzo de 2017

She's broken.

Me gusta ese desorden que causa en mí, ese constante frenesí en el que queda mi corazón con cada cosa que ella hace, es estimulante, la sensación desconocida de sentir.
Pero ella esta rota, esa tarde me citó en el parque, estaba frío, me senté en una de esas banquetas que ahí se encontraban, medio destartaladas, ahí la espere.
Un cigarro tras otro, se consumía ausente entre mis dedos, hasta que la vi, venía abrigada, con la nariz roja, esa nariz que besé miles de veces al abrazarla, el cigarrillo entre sus dedos, sus pasos lentos; para mí avecinaban lo peor. Ella me citó, para dejarme.
La vi, nuestras miradas se cruzaron, el gris de mis ojos enfrentó con dulzura, casi desconocida en mí, el marrón chocolate de los suyos, ella bajó la mirada, algo así, como ¿avergonzada? Volvió a mirar sus zapatillas, y a darle una calada al cigarrillo el cuál tiró después.
Me acerqué a ella, eliminé esos metros que nos separaban, su labio inferior tembló, sus ojos marrones se llenaron de lágrimas, con mis dedos delineé la línea de su mandibula, sentí como tembló bajo mi tacto, hice acopio de todas mis fuerzas para no temblar también. La miré fijamente, no necesité palabras para preguntarle nada. Ella tampoco las dijo, la abrace, agarrando su nuca con mis manos. “Dos partes rotas no encajan”, me había dicho una vez y recordé esa charla, esa voz quebrada al decirlo, aún estando los dos juntos, solo abrigados por los abrazos y siendo cómplices de las estrellas.
Ella no entendía algo, sí, claro estábamos rotos, rotísimos, en pedazos. Pero juntos éramos uno, uno solo siempre.
Pero si ella quería sentirse completa, me rompería mil veces para que ella tenga las piezas que no pudo arreglar, no lo dudaría, éramos uno. Y ella sabía eso. Por eso dudaba de todo, porque quizá no me quería lo suficiente.
No necesitaba arreglar mis piezas rotas si ella estaba ahí conmigo, ella era todo lo que quería, su felicidad estaba en el primer puesto de las cosas que yo quería conseguir, quería que sea feliz. Moriría y mataría por su felicidad, sin pestañear un segundo, sin ninguna duda.

Y ahí comprendí algo que quizá me costaba admitirme, ahí comprendí que la quería, así en mis brazos para siempre.

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