Me gusta
ese desorden que causa en mí, ese constante frenesí en el que queda mi corazón
con cada cosa que ella hace, es estimulante, la sensación desconocida de
sentir.
Pero ella
esta rota, esa tarde me citó en el parque, estaba frío, me senté en una de esas
banquetas que ahí se encontraban, medio destartaladas, ahí la espere.
Un cigarro tras otro, se consumía ausente entre
mis dedos, hasta que la vi, venía abrigada, con la nariz roja, esa nariz que
besé miles de veces al abrazarla, el cigarrillo entre sus dedos, sus pasos
lentos; para mí avecinaban lo peor. Ella me citó, para dejarme.
La vi, nuestras miradas se cruzaron, el gris de
mis ojos enfrentó con dulzura, casi desconocida en mí, el marrón chocolate de
los suyos, ella bajó la mirada, algo así, como ¿avergonzada? Volvió a mirar sus
zapatillas, y a darle una calada al cigarrillo el cuál tiró después.
Me acerqué a
ella, eliminé esos metros que nos separaban, su labio inferior tembló, sus ojos
marrones se llenaron de lágrimas, con mis dedos delineé la línea de su
mandibula, sentí como tembló bajo mi tacto, hice acopio de todas mis fuerzas
para no temblar también. La miré fijamente, no necesité palabras para
preguntarle nada. Ella tampoco las dijo, la abrace, agarrando su nuca con mis
manos. “Dos partes rotas no encajan”, me había dicho una vez y recordé esa
charla, esa voz quebrada al decirlo, aún estando los dos juntos, solo abrigados
por los abrazos y siendo cómplices de las estrellas.
Ella no entendía algo, sí,
claro estábamos rotos, rotísimos, en pedazos. Pero juntos éramos uno, uno solo
siempre.
Pero si ella quería sentirse
completa, me rompería mil veces para que ella tenga las piezas que no pudo
arreglar, no lo dudaría, éramos uno. Y ella sabía eso. Por eso dudaba de todo,
porque quizá no me quería lo suficiente.
No necesitaba arreglar mis
piezas rotas si ella estaba ahí conmigo, ella era todo lo que quería, su
felicidad estaba en el primer puesto de las cosas que yo quería conseguir,
quería que sea feliz. Moriría y mataría por su felicidad, sin pestañear un
segundo, sin ninguna duda.
Y ahí comprendí algo que quizá
me costaba admitirme, ahí comprendí que la quería, así en mis brazos para
siempre.
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