sábado, 18 de marzo de 2017

Ghost.

La miré a los ojos, esos ojos tan negros como una galaxia. Esos ojos, impresionantes que me hacían viajar a cualquier lugar del mundo, esos que me habían salvado de mí más de una vez. 
Hablaba y hablaba, divagaba y divagaba, no me importaba. Sus manos, en las mías, su sonrisa dedicada a mí, eso era lo importante.
Pero sí, estaba loca, joder. Estaba muy loca, pero no me importaba, esa locura, era preciosa y era mía.
Sentí su voz decaer, miré esos ojos que se habían empañado de pronto, con una mezcla de dolor, de amor, de algo raro. Esa particular forma de ser que tenía, la hacía pasar de reír y planear, a llorar y gritarme. Como me había gustado eso de ella. Me cautivó desde el primer instante.
Miré a mi alrededor, ese parque, esa banqueta, ese lugar donde nos habíamos conocido, donde la besé por primera vez, donde le quité ese libro por el que me ignoraba. Ese parque que era nuestro único testigo. Seguía ahí, ella estaba callada, con los ojos negros cuasi grises por lo aguados, me miró, el parque desierto, el vapor escapando por mi boca, quedándose en la de ella… Me miró fijamente, con esa mirada que yo tanto conocía, quedose ahí sin hablarme con la boca, pero intentando hacerlo con los ojos.
La miré alentándola a decirme, ya la intriga me estaba molestando, pero quería saber.
Se acercó a mi oído, apoyándome la mano izquierda en la mejilla, como siempre hizo cuando quería decirme algo al oído, se quedó ahí, disfruté la sensación de su mano pequeña y suave, en mi mejilla, la disfruté como si fuera la última vez que pasase.

Ahí, quise sentir su aliento en mi cuello, pero no lo logré, solo escuché un “me tenés que olvidar”, y segundos después de que posara mi mano en su cintura, su presencia se vaporizó entre mis brazos.

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